Carga el rifle, apunta de nuevo. Bear está intentando levantarse. Wister dispara. Ve un impacto en el polvo, unos veinte metros delante del cuerpo de Bear. Mierda, dice. Dispara de nuevo. El proyectil va a parar cerca del otro. Bear se ha levantado. Recupera su pistola. Con la otra mano desengancha las alforjas de la silla. Permanece de pie, con la mirada sobre Wister. Unos ochenta metros entre ellos. Un tiro de rifle. Poco más. El sheriff Wister mira el sol. Piensa que todavía le quedan un par de horas, antes de la oscuridad. El hombro le duele, no consigue mover el brazo sin sentir una punzada atroz. Muy bien, muchacho. Desengancha las alforjas de la silla y se las cuelga en la bandolera del hombro sano. Carga el rifle. Y se echa a andar. Bear lo ve, se da la vuelta, y se aleja, caminando él también, lentamente. El sheriff Wister piensa que correr sería ridículo. Se imagina esa escena, vista desde arriba, dos hombres corriendo en la nada, y piensa: somos dos condenados. Después ve un instante a Pitt, corriendo, corriendo, intentando escapar, junto al río, corre y se escapa. Maldito, piensa. Voy a matarte, muchacho. Llega a la altura del caballo de Bear. Respira todavía. Wister descarga la pistola en su cabeza. Voy a matarte, muchacho. Luego vuelve a caminar. Cuando cae la noche, ve desaparecer a Bear en la oscuridad. Se detiene. El hombro le está volviendo loco. Se echa al suelo. Empuña la pistola. Intenta no dormirse. Hace dos días que no duermo, piensa.
El quinto día el sheriff Wister siente que la fiebre le nubla la vista y que se le aceleran los latidos del corazón. Pero ¿es que ese bastardo no duerme nunca? Lo ve delante de él, le parece que está a la misma distancia del día anterior, pero los ojos le arden, y no hay sombras en la luz de la mañana. Se pone en marcha. Intenta recordar adónde lleva ese camino, y cuántos kilómetros pueden haber recorrido desde el pueblo hasta allí. Bear, por delante, camina sin detenerse. De vez en cuando, se da la vuelta. Luego prosigue. Es el camino de Salina. No puede dejar que llegue hasta allí. No debe de entrar en Salina. Se para. Se agacha. Recoge un grumo de polvo. Sangre y polvo. Levanta la mirada hacia Bear. Vaya, vaya, conque te di, ¿eh?, muchacho. ¿No querías decírmelo? Se levanta. Da algunos pasos. Otra mancha de sangre. Muy bien, bastardo. Ya no nota la fiebre. Reemprende la marcha. Tres horas después, Bear se detiene, se vuelve. Wister deja caer las alforjas al suelo. Luego tira su rifle. Abre los brazos de par en par. Bear permanece quieto. Wister camina hacia él, lentamente. Bear no se mueve. Wister sigue caminando, baja los brazos y aproxima las manos a las culatas de las pistolas. Llega a unos cincuenta metros del indio. Se para. Ya basta, muchacho, grita. Bear no se mueve. Por ahí sólo hay desierto, ¿quieres morir como un idiota?, grita. Bear da unos pasos hacia él. Luego se detiene. Permanecen así, uno frente a otro, dos manchas negras en la nada…
Continuará…
(City, Alessandro Baricco) Programa de subvenciones escolares de Clorox ayuda a crear un futuro brillante para los niños
OAKLAND, California, 17 de agosto /PRNewswire-HISPANIC PR WIRE/ — Para muchas escuelas del país, el regreso a clases de este año es una lección en economía que preferirían no tener.
Read more on El Hispano News