
Cultura Musical
Cultura musical
Faltaban pocos d?as para que terminara el a?o. Carlitos Reboledo ya se hab?a quedado repetidor en segundo y ahora deb?a rendir examen en todas las materias de tercero.
?ramos amigos desde chicos ?pr?cticamente nos criamos juntos- y tambi?n conoc?a a su familia. Su padre era empleado p?blico, creo que del Banco Hipotecario, y su madre funcionaria del Ministerio de Trabajo. Ambos me ca?an bien.
Un d?a mi madre cont? en la mesa que se hab?a encontrado en la feria con la se?ora Reboledo, quien le coment? que las hijas no le causaban problemas. Laura, la mayor, hab?a entrado a facultad, estaba de novia y viv?a encerrada estudiando. Vivian, la menor, tambi?n era muy aplicada. Buena como hija, excelente hermana y siempre rodeada de amigas.
Pero Carlitos, si bien no era la oveja negra de la familia, desde chico ya pintaba para un gris tenue, y oscureciendo progresivamente. Mientras cursaba primaria, sus padres eran llamados a la direcci?n con sistem?tica frecuencia: p?sima conducta, agresiones a compa?eros, indiferencia al estudio. Una vez, inclusive, la directora lo pesc? in fraganti fumando en un rinc?n de la cocina.
En los recreos mostraba una envidiable habilidad para armar explosivos de efecto retardado. Un?a bombas brasile?as con las colillas encendidas de cigarrillos, escondi?ndolas luego detr?s de la pileta del ba?o.? La explosi?n se produc?a cuando todos ya se encontraban en clase. Nunca lo descubrieron.
En cuanto a su vocaci?n, resultaba evidente que su fuerte no eran las materias curriculares. En general, la Geograf?a le causaba tantas confusiones que le produc?an crisis existenciales. Jam?s supo ubicar el departamento de Soriano, la laguna Mer?n o la Sierra de las ?nimas; y varias veces nos quiso hacer creer que el Cerro Chato hab?a sido aplanado por la Intendencia de Durazno para que los turistas lo subieran sin necesidad de escalar demasiado.
Demostrando un fuerte esp?ritu nacionalista, siempre se estaba quejando de que tantos r?os tuvieran nombres paraguayos. Una vez dijo en clase que el vocablo guaran? “Cebollat?”? significa: “Te traje verduras para la ensalada”. Por guarango, fue enviado a la direcci?n.
Era permanente su lucha a muerte con el Idioma Espa?ol. Lo atormentaban los verbos irregulares, los diptongos y los adverbios. Cada vez que le correg?an un dictado, las faltas de ortograf?a superaban a las palabras escritas.
Con las Matem?ticas siempre mantuvo una distancia abismal que nunca supo c?mo acortar. Consideraba que los n?meros primos no se pod?an multiplicar entre s?, porque el resultado ser?a un producto gen?ticamente defectuoso.
En cuanto a la Historia, apenas recordaba vagamente algunos acontecimientos que le hab?an? sucedido el d?a anterior. Hasta llegar a sexto, nunca se anim? a preguntarles a las maestras si era verdad ?que Artigas hab?a dicho que contra los invasores extranjeros pelear?a “con perros marrones”.
La ?nica frase que aprendi? a escribir con buena caligraf?a fue: “Debo comportarme correctamente en clase”, a fuerza de repetirla miles de veces.
No s? si por desconcierto u omisi?n, sus padres nunca intentaron alguna soluci?n eficaz a tanto desastre unido en una sola persona.? En quinto le contrataron a una profesora particular tres veces por semana, pero ?l aprendi? a eludirla con maestr?a (por primera vez hac?a algo con maestr?a). Saltaba por la ventana de su dormitorio y hu?a al campito de f?tbol, mientras la se?ora esperaba pacientemente en el estar.? Hasta que un d?a la profesora se aburri? y dej? de ir para no robar m?s la plata.
En el verano, Carlitos se dedicaba a la distracci?n; es decir, la misma actividad del invierno pero acentuada por la playa o por largas estad?as en las casas de amigos, donde siempre mostr? especial desfachatez para auto-invitarse.
As? lleg? al liceo, a los ponchazos, sin dedicar ni un minuto a compensar sus notorias carencias culturales. Eso s?, ya hab?a adquirido un nutrido bagaje de conocimientos en el arte de los naipes, dados e innumerables juegos de azar. Era avanzado jugador de p?ker, tute, monte, generala, black-jack, roba-mont?n, chorizo, chancho, y casi gran maestro al truco. Pocos lograban derrotarlo al futbolito, y frente a los video-juegos se formaban tertulias para verlo en acci?n, ejerciendo su tiran?a sobre la pantalla. En el flipper era amo y se?or. En el mismo instante que entraba al sal?n todas las m?quinas temblaban. Ninguna se atrev?a a hacerle perder la bola antes de entregarle por lo? menos cuatro juegos gratis. Sus golpes se hab?an tornado famosos entre ellas.
Hab?a adquirido esas dotes luego de noches enteras rodeado de tah?res de la m?s baja estofa y de otros espec?menes que compart?an una caracter?stica: todos sufr?an de especial alergia a las ocho horas diarias, dedicadas a esas raras actividades por las que se recibe una remuneraci?n, y encima hay que madrugar.
Mientras curs? el liceo, su personalidad no experiment? grandes cambios, y tampoco su escaso apego al estudio. Desde primero se ocup? de copiarle a sus compa?eros en las pruebas y ex?menes. No hab?a nadie que tuviera su capacidad de esconder “trencitos” en cajas de cigarrillos, doblados en su anillo o en escrituras microsc?picas en la goma de borrar. En los ex?menes, siempre cargaba dentro de su gruesa campera decenas de hojas para el “cambiazo”. Esto lo convert?a en una especie de mini-biblioteca ambulante, aunque por supuesto nada de aquella informaci?n hab?a siquiera rozado sus neuronas.
Si las pruebas se desarrollaban en d?as calurosos, ?l igualmente portaba, imperturbable, su pesado abrigo, que lo hac?a perder tranquilamente cuatro litros de sudor en dos horas.
As? salv? algunas materias y perdi? la mayor?a. Qued? repetidor en segundo, y fue por eso que, al no coincidir nuestros horarios, de a poco nos fuimos alejando cada vez m?s.
Debe reconocer que yo tampoco era alumno modelo ni mucho menos. Casualmente, el d?a que llegu? a mi examen de matem?ticas, al finalizar cuarto a?o, lo encontr? en el corredor.
Casi sin saludarme (saquemos el casi) se me abalanz? en estado de total neurosis. De inmediato me rog? que tuviera misericordia, que lo ayudara: en media hora entraba a rendir examen de Educaci?n Musical, y eso lo ten?a sobre ascuas. Le dije que se calmara y que, como para m? era temprano, nos fu?ramos al bar de la esquina.
Como de costumbre ped? una coca-cola. Reboledo pidi? un medio y medio. Qued? sorprendido pues yo jam?s hab?a escuchado esa palabra, ni siquiera sab?a que se refer?a a una bebida. Pens? que tal vez le traer?an medio s?ndwich y medio frankfurter, o medio caf? y medio t?. O tal vez medio Mart?n Fierro y medio flan casero. Cuando el mozo apoy? su vaso sobre la mesa, apenas pude vislumbrar un l?quido acaramelado que en fracci?n de segundo Carlitos hizo desaparecer de un solo trago. Segu?a sin saber qu? era, pero su aliento a alcohol despej? mis dudas. De inmediato pidi? otro.
S?bitamente se larg? a lloriquear:
-Jorge, mis viejos me matan. Por favor, ay?dame a salvar esta materia, estoy destruido.
Le habl? con cari?o, le dije que no se pusiera nervioso porque ser?a peor. Apenas me distraje a hojear sus apuntes cuando el siguiente medio y medio pas? a la historia. A rega?adientes acept? mi pedido de que no tomara m?s, pero s?lo con la condici?n de que no me ir?a hasta elaborar alguna estrategia. Le ped? que me informara honestamente cu?nto sab?a, aunque ya sospechaba que la respuesta iba a ser “Nada de nada”.
-Nada de nada- contest?.
-Pero o?me, Carlitos, ?no estudiaste ni una carilla?
-Te juro que si salvo, el a?o que viene me como los libros.
Ambos sab?amos que era mentira.
Lo ?nico que se me ocurri? fue ir a observar la marcha de los ex?menes, e intentar pescar alguna pregunta que pudiera orientarlo. Entramos al corredor, Desde la puerta o?mos que llamaban a Dalmeida, lo que nos daba algo de tiempo hasta llegar a la letra erre. Por? la peque?a ventana del aula observamos los acontecimientos.
Tres profesoras cuyas edades promediaban los sesenta a?os integraban la mesa de examen. Una de ellas ten?a su cabello te?ido de rubio cobrizo, aunque se le notaban las ra?ces negras. Las tres estaban peinadas de peluquer?a en una versi?n estrepitosamente a?eja, y adem?s se hab?an pintado labios y u?as de un rojo potente. Las perlas de sus collares gritaban “somos falsas” a todo el que quisiera escucharlas.
Dos de ellas charlaban animadamente de quien sabe qu?, mientras distribu?an sobre su escritorio una respetable reserva de bizcochos, pasta frola y escones caseros. Todo acompa?ado de t?, que lo extra?an de un termo brasilero con muchas ganas de romperse en cualquier momento.
La tercera hab?a desplegado sobre un atril varias partituras musicales, mientras a su lado ubicaba al alumno. De pronto comenz? a mover su mano derecha en un curioso ?xtasis, de norte a sur, de este a oeste, volviendo luego al norte y as? sucesivamente. Sin dudas que aquella diestra, arrugada pero llena de vigor, simbolizaba el vuelo alegre de una mariposa recibiendo la primavera.
A lo lejos o?amos su voz acompa?ando el ritmo:
-Fa re do la mi, si re do fa sol la si.
Luego cambi? la partitura y el alumno, a pesar de que se sent?a cohibido de imitar los movimientos de la mano, atin? a cantar sucesivas veces:
-Si re do fa sol la si, do sol fa, la si do sol.
Reboledo estaba francamente hist?rico. Me arrastr? de nuevo al? boliche, donde no pude evitar que se mandara dos brebajes en tres minutos. A esa altura, m?s que medio y medio, por sus venas ya corr?an varios enteros y enteros.
Decid? hacerle algunas preguntas elementales.
-A ver, decime, ?qu? es una negra?
-La bola N?8 del pool.
?Una blanca?
-Una l?nea de coca?na, si la memoria no me falla.
-?Conoc?s