
Ancalao Furioso, O La Justicia Insuficiente
1. La furia y los personajes
La furia es del contrariado, del que ha probado infinidad de caminos y en todo tr?nsito se ha extraviado, o ha llegado all? donde justamente no quer?a ir. Tambi?n parece ser la del sometido, expoliado, enga?ado, que mantiene fuerzas aunque m?s no sea para enfurecerse.
De manera que ese enojo, esa irritaci?n generalizada, capaz de neutralizar sentimientos, incluye la violencia para llegar al escal?n de la furia y admite, m?s de una vez, un agente externo. Y ese desencadenante es casi invariablemente la injusticia, o la ausencia de justicia, y hasta su administraci?n insuficiente.
Como si volvi?ramos a ser convocados por el propio Quijote (1), consultemos a Ariosto (2), que de furias sabe m?s que el propio Orlando, y obtendremos una f?rmula econ?mica:
Injust?simo amor? que es el disparador o tema central
en mar de mil pasiones, como si la paz ya no fuera asequible
De quien desea mi amor, quieres que huya
y por quien me odia muera o me destruya: por lo que claramente el destino de Orlando contrariado es la furia (3).
Cuando leemos esta novela en verso, o este extenso poema ?como se prefiera-, tenemos la sensaci?n de que ninguno de los personajes ha logrado alcanzar sus metas. M?s all? de que concibamos al hombre con la potestad de fijarse un destino, o bien creamos que la evoluci?n del esp?ritu es s?lo una, lo cierto es que todos en el texto terminan ?equitativamente? derrumbados. Orlando, poderoso caballero, ha sido afectado de tal modo que se ha vuelto fuera de s?; Zerbino ha sido muerto por la fuerza de Mandricardo; por igual, la falibilidad es la intersecci?n donde se encuentran todos los personajes de la obra (4).
Y justamente es en este yerro final, en la fragilidad humana, en todo lo que contribuye a que nada sea como se pens? que deb?a ser, donde se asienta la furia de Orlando. ?Y tambi?n la de Francisco Ancalao!
?Qu? tiene que ver el vorogano Ancalao, Sargento Mayor y jefe de la guarnici?n de indios amigos de la Fortaleza Protectora Argentina? Pues lo que queda referenciado en el expediente abierto el 2 de mayo de 1848, y de instrucci?n conclu?da nueve d?as despu?s (5), y que comenzara con el parte dirigido por el Comandante del fort?n, Teniente Coronel Jos? Luis Palavecino, al Juez de Paz y Comercio, Jos? Mar?a Hidalgo.
El documento consigna que el amigo Francisco Ancalao se present? denunciando que en la noche anterior y en el interior de su toldo fue sorprendido el paisano Mart?n Montenegro, tratando de robarle prendas personales. Que por esa raz?n se vio obligado a defenderse, hiriendo y reduciendo al eventual ladr?n. Para entonces, el Comandante hab?a puesto preso a Montenegro, si bien su privaci?n de la libertad se reduc?a a una vigilancia en el hospital en el que estaba convaleciente y muy seriamente limitado en la motricidad por causa de las heridas inferidas por el indio. Junto con el escrito de iniciaci?n, el militar fortinero acompa?? las prendas robadas, ?cuerpo del delito? que detall? como sigue (la ortograf?a es original del documento):
?Unas espuelas grandes de plata; un pu?al con bayna y cavo de plata; una daga con su bayna; un poncho ingl?s; un mandil de algod?n y un retazo de lienzo?? (6).
Denotando un contenido ideol?gico peculiar, ha dicho N?stor Luis Montezanti, a prop?sito de este mismo hecho y expediente judicial:
?Un bot?n aparentemente inexplicable en poder de un indio, y capaz de justificar una temeridad como la achacada a Montenegro. Es que los indios ?amigos? eran tales debido a convenios con el Gobierno provincial, que inclu?an muchas generosidades por parte de ?ste. Las prendas dan una idea del poder de Ancalao?? (7).
Por lo que no solamente resultar? discriminatoria la escasa justicia administrada por el Juez de Paz y Comisario, sino que ciento sesenta a?os despu?s uno de los comentaristas del acontecimiento dudar? primero de la v?ctima y s?lo en segundo lugar del victimario. Pareciera que el poder que el propio gobierno, y en forma inmediata el comandante de la fortaleza asignaran a Francisco Ancalao no es leg?timo o carece de merecimientos. Tambi?n se deja entrever en la opini?n de Montezanti que este aborigen mapuche de la parcialidad vorogana hab?a obtenido esas prendas ?preciosas? como un regalo inmerecido, o que nada hab?a hecho para gan?rselas, o que su derecho sobre las mismas era limitado por no haberlas adquirido en tr?fico comercial, ni con sus dineros.
?Flacos precios pagaba el gobierno rosista por estas vidas abor?genes! ?Si los regalos persegu?an la mansedumbre frente a la muerte, cuando se armaban las columnas con las indiadas de Ancalao, de Antenao y de Linares a la cabeza! ?Si era razonable para un cristiano de 1848 considerar inferior al indio, destin?ndolo a la ?natural? masacre, trat?ndolo como ?carne de ca??n?! ?Pero pensar en esa misma direcci?n en 2005, Dr Montezanti?! ?Esto contin?a resultando inadmisible, por su inmoralidad, por ser brutal y primitivo, propio de procedimientos nazis para la depuraci?n ?tnica! (8).
La injusticia. La violencia ejercida sobre los bienes y la familia de Francisco Ancalao. Su discriminaci?n, consider?ndoselo inferior. Y adem?s, proviniendo todo esto de cristianos que han invadido su toldo. Como si fuera necesario comenzar otra vez, seguir agach?ndose y asintiendo a todo lo que les cayera de los milicos, a costa de dolor y sufrimiento. ?Vaya infortunio! ?Enorme es el da?o que experimentan Ancalao y los suyos!
Es la furia del indio amigo que, contrariado, ha respondido con ferocidad la agresi?n del sarraceno Montenegro. A tal punto que el ladr?n salv? su vida de milagro. ?Tanta fue la sa?a del bandido? ?Tanta la del palad?n carolingio redivivo? ?Y f?jese, si no?!
?El detalle de las heridas que padece Mart?n Montenegro es espeluznante y pone de manifiesto la ?decisi?n? con que Ancalao reprimi? el atentado?? contin?a diciendo intencionadamente Montezanti (9). Porque el informe del m?dico Sixto Laspiur, que ?salva? de los grillos a Montenegro es abrumador:
?? Detalle de haber curado en el Hospital de la Fortaleza al paisano Mart?n Montenegro de heridas contusas a la cabeza, una herida de la m?s consideraci?n en la cara, abajo del arco cigom?tico del lado izquierdo, vertical m?s profunda en la parte superior en la extensi?n de una pulgada que interesa la piel, el elevador del labio superior, el buccinador y el ?ngulo orbicular de los labios, y trozada las arterias labial superior y infraorbitaria. Adem?s otra herida de poca consideraci?n que ha trozado transversalmente la oreja del mismo lado. Todas estas heridas son hechas con instrumentos contundentes, esta circunstancia y la mucha p?rdida de sangre lo tiene al herido en un estado delicado, de todo lo cual el que firma pone en su conocimiento a los fines que sean de superior aprobaci?n?? (10).
Un mayor detalle surge de un nuevo inventario cuando ya ha comenzado la instrucci?n judicial: ?? que una de las espuelas est? quebrada, que el pu?al tambi?n tiene cubo de plata, que la vaina de la daga est? guarnecida en metal amarillo, que el poncho ingl?s est? listado a lo largo de blanco y azul, que el mandil de algod?n es punz? y blanco y que el retazo de liencillo es como de vara y media largo??(11).
?Pero qu? fue lo que pas? en los toldos de Ancalao aquella noche?
Dejemos que nos de una idea Ariosto, y despu?s ci??monos a las cr?nicas de partes y testigos:
Quiz?s que fue por Dios apresurada
la noche, de piedad de su hechura;
la campi?a de sangre fue regada
y vuelta en lago la carrera dura.
A ochenta mil dio muerte cruda espada,
sin los heridos libres por ventura:
lobos la noche y r?sticos bajaron,
unos comieron y otros desnudaron.
A qui?n cabeza y vientre, a qui?n el pecho,
a qui?n el brazo rompe, a qui?n la pierna,
el que no muere queda contrahecho,
deja al menos herido la caverna.
Rompe lomos y huesos, y de hecho,
cual hace losa grande en una tierna mata,
llena de v?boras juntadas, que el sol
de invierno toman descuidadas.
Rebullen no s? cu?ntas al instante:
una muere, otra coja o derrabada
queda, y cual sin mover lo de delante,
en vano ondea la cola all? cortada.
Otra, que fue entre todas bienandante,
Silbando entre la hierba va emboscada.
El golpe horrible fue, mas no es mirado,
pues que lo hizo don Rold?n airado (12).
2. Los hechos violentos
Nuestro palad?n, el indio amigo Francisco Ancalao, que por entonces ten?a unos treinta y cinco a?os, fue el primero en declarar, a pocas horas de los hechos y a?n ocupado por los ?ltimos vagidos furiosos. Declar? bajo juramento y no firm?.
Era noche cerrada y ?l dorm?a junto con su familia, cuando despert? por haber escuchado ruidos y pudo ver a su mujer siguiendo a un paisano que hu?a cargando sus prendas. El ladr?n hab?a echado mano de cuchillos, espuelas y otras prendas que Ancalao atesoraba en un caj?n ubicado junto a su lecho. Y salt? desnudo del jerg?n para perseguir al ladr?n que se dirig?a al toldo de Ferm?n, aunque ya su china lo hab?a alcanzado y en ese mismo momento recib?a fuertes golpes propinados con el fac?n reci?n robado. De manera que Ancalao ?? alcans? al ladr?n y agarr?ndolo por los cabello lo tir? al suelo, se le puso en sima la quit? las prendas robadas tir?ndolas a un lado incluso el pu?al, el fac?n y las espuelas de plata y agarrando una de dichas espuelas con la mano izquierda le apret? la garganta al ladr?n y con la derecha le peg? con la espuela por la cara y la cabeza en t?rminos que la rompi?; que en tanto el ladr?n se defend?a a mordiscones: resultando el declarante con tres